Cuando enciendo un cigarrillo no es común que piense en si me dará cáncer o no, uno no va a la tienda, compra un paquete de rojos o blancos o el color que sea dependiendo de nuestra selección, pensando en qué tan dañinos son. Uno simplemente compra por el gusto que al momento recibirá, la satisfacción en parte de decir, yo puedo comprarme cigarrillos, puedo darme ese pequeño lujo o tomarme la libertad o el capricho (si es que gusto y capricho en este caso no sean lo mismo). Listo, después de la flama cerca a la boca y la primera inhalación.
Si bien la satisfacción comienza desde el momento en que vemos una tienda de conveniencia cerca y pensamos inmediatamente en comprar, ante la vacuidad de la anterior, una nueva caja. Respuesta instantánea al pensamiento original, un tanto egocéntrico o antojadizo, anterior; viene después el análisis interno de los bolsillos, una pequeña y sencilla operación matemática que consiste en restar el precio ya conocido, un precio aceptable o resignado impuesto, políticamente en su mayoría, por las tabacaleras y sus tratos con los políticos: qué tan bien los han tratado: invitaciones a cocteles: trato Vi.Ai.Pi.siano mejorado pero bien merecido por tal de una mano levantada o abstemia en el congreso.
Esperar el verde del semáforo (en caso de contar con algún objeto motriz para la transportación propia), en el cual la operación matemática se ha hecho ya una operación contable. El enorme Debe, imponente, temible, ante el ínfimo haber, producto del pago periódico: producto del trabajo, y el trabajo vaya quién a saber de qué producto es, o a quién le produce algo. Dicha operación contable, cabe mencionar, es inútil, por enorme que sea el Sr. Debe, siempre terminaremos por hacerlo a un lado. Y “El Haber”, ese pobre y débil amigo, se verá menguado una vez más, quitándole a deudas por pagar, la cantidad conocida por tal de un aliciente momentáneo y casi efímero, una necesidad secundaria o terciaria tornada a primaria gracias al anuncio de: Fumar es causa de cáncer y enfisema pulmonar. Mensaje que ignoramos. Aquí volvemos al principio. Pero con un poco más de remordimiento, porque recordamos dos cosas: una, que ese dinero va a ser indispensable para una digna apariencia (si, apariencia) en los días anteriores al momento de la paga, sin tener que pedir para comprar más cigarros porque queremos algo para entretenernos mientras llega el cobro de la nómina; y dos, que al final de cuentas siempre pensamos en que nos va a hacer un poco de daño el fumar un cigarrillo más.
La luz verde nos comunica que la cajetilla nueva nos espera, avanzamos hacia la tienda, estacionamos el carro y bajamos tranquilamente, un tanto resignados, un tanto esperanzados y otro tanto ansiosos. Pedimos nuestra clásica elección y adquirimos el paquete de venerados cilindros. Uno va abriendo el paquete y recuerda que no trae encendedor, se piensa instintivamente en el encendedor que casi todos los automóviles traerían por una suma mensual más, agregada al pago del mismo. Pero específicamente el nuestro es anti-vicios. Así que el Sr. Debe se vuelve unas cuantas monedas más fuerte y regreso al cajero para comprar lo que completará mi suplente de satisfacción, mi suplente anti-perfección, mi suplicio a futuro. Subo al coche, pongo el cilindrito en mi boca y aspiro con la flama castigándolo, toma demonio, sufre, arde, bien, así; exhalo; mejor. Dejo de pensar por un momento. Nada. Nada. Esto. Todo. Pero terminantemente nada. Bien lo vale. Nada. Hasta que el motor encendiéndose automáticamente por mí, me despierta.
Davo
viernes, 8 de mayo de 2009
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y ahora, tengo unas ganas irresistibles de encender un puro.. jeje
ResponderEliminarel ascua, el aroma, el humoqueseeleva..
qué chida prosa..
luis